

Lluvia… cielo gris… música lenta que cae suave, como lágrimas de vida que nos enseñan a valorar esas cosas que se dicen sin hablar.
Está claro que hay un antes y un después de haber llovido. El olor de la tierra, despertando en los sentidos los mil y un aromas y sonidos junto a ese frescor cristalino que desprende el brillo de la vegetación, con ese verdor que se multiplica, como escribió Rafael Sánchez Ferlosio en Alfanhuí: «Había verdes que parecían iguales y, sin embargo, el agua, al mojarlos, sacaba de ellos un brillo oculto y los revelaba diferentes. Y estos eran los llamados ‘verdes de lluvia’, porque solo bajo la lluvia se daban a conocer».
Dejemos, pues, que la lluvia inspire nuevos caminos y agradezcamos su mágica presencia que, a menudo, es imprevista y que no podemos controlar. Pero siempre hay algo misterioso en su presencia que nos infunde respeto, como si fuera un rito inmemorial al que la naturaleza nos invita con ese tono melancólico y lacio que suele acompañar cuando nos mece con su canción ininterrumpida y suave para enseñarnos que nada acaba para siempre, que todo se transforma y que nada muere si ella está allí.
La primavera nos debía unas lluvias y nos está recompensando. Y yo te agradezco, lluvia, tus blancas gotas de vida y tu incorregible magia de inundarnos de paz.







































Preciosísimo!! De un valor incalculable! Y la música te envuelve en todo tu ser!! Magnifico!!
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Muy bonito y auténtico!!.
Gracias.
La música muy apropiada
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