PONGAMOS QUE HABLO DE JOAQUÍN

Joaquín Ramón Martínez Sabina, Joaquín Sabina para los amigos, es el más notorio ejemplo de personaje flaco, ateo, escéptico, irónico, tímido, provocador, exultante, ciclotímico, calavera, tramposo, crápula, entrañable, realista y soñador que se resiste a envejecer, de salvaje ilustrado que se niega en redondo a civilizarse.

En mi descargo he de decir, señor juez, que pocas cosas unen más que el haber crecido con la complicidad de sus canciones.
Y no tengo nada más que añadir, señoría.

PONGAMOS QUE HABLO DE JOAQUÍN (Luís Eduardo Aute)
Degenerado y mujeriego
con cierto aire de faquir,
anda arrastrando su esqueleto
por las entrañas de Madrid.

Aunque andaluz de fin de siglo,
universal, quiero decir,
no sé qué tiene de rabino
cuando lo miro de perfil.

Amigo de causas perdidas
desde aquel mayo de París,
no tiene más filosofía
que el «vive a tope hasta morir».

Medio profeta, medio quinqui,
el lumpen es su pedigrí.
Un tinto y una buena titi
le bastan para resistir.

Tirando a zurdo en sus ideas
por donde Escora Bakunín
dice que abajo las banderas
y arriba la lluvia de abril.

El perdedor es su universo
aunque pretende ser feliz.
Y aún hay quien dice que está cuerdo,
pongamos que hablo de Joaquín

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