
Y los tonos rojos llegaron para quedarse. Se establecieron en un primer plano casándose con los verdes como en una alianza indestructible dejando el protagonismo de los azules para la mitad superior del tema.
Aunque en realidad es un pueblo ficticio, sacado de la imaginación, sus figuras geométricas, tanto de los edificios como de la colocación de los colores, te transfieren una visión única, lejos de la tónica de mi carácter pictórico.
Con la salvedad del cielo y la montaña, elaborado en un tono casi monocromo, lejos también de esos cielos cálidos que me caracterizan, el resto son colores fuertes, casi agresivos, que se intercalan entre si formando una estructura geométrica entre rojos, verdes, naranjas, azules, celestes, ocres y amarillos.
Los azules de la izquierda, en un estado casi puro, aportan cierta dosis de fuerza al cuadro.






































Un pueblo de colores alegres pero de personas en negro. Unas cuantas personas son los únicos signos de vida que evoca el cuadro. La enorme montaña sirve de fondo al pueblo y le quita protagonismo al cielo. Fundiéndose los dos en un único color azul
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