
Las personas estamos hechas de recuerdos que tienen la capacidad de transformarnos. Llegan a nosotros como aromas y sonidos que recrean instantes evocadores capaces de llevarnos a los más remotos parajes de la niñez.
Nuestra mente, ágil y, cuando quiere, soñadora, se escapa de manera constante a ese baúl en el que se almacenan tantas historias, tantos olores a recuerdos felices y que, aún teniendo más edad, recordamos con especial celo esas pequeñas cosas ya desaparecidas que nos hacen regresar a nuestra infancia, esa infancia feliz en la que dormías en un colchón donde saltaban los sueños y, para no molestar, daban tregua los miedos haciendo que nuestro potencial siguiese creciendo con optimismo y fortaleza.






































