Situada a más de 1.150 metros de altitud sobre el nivel del mar, como fiel vigía de Sierra de Arana, a medio camino entre los pueblos de Deifontes y Cogollos Vega, se alza majestuosa y altanera la Torre Atalaya de Deifontes, una de las fortificaciones que construyeron los árabes a mediados del siglo XIV que formaba parte del sistema defensivo de la frontera del reino nazarí.
Está situada al pie del Peñón de la Mata y marca el límite entre Deifontes y Cogollos. Su altura y ubicación sobre un saliente la convertía en un lugar estratégico en el control del paso hacia Granada.
Su carácter íntegramente defensivo propiciaba que su acceso fuese angosto. Tiene un ventanuco situado a 5 m. de altura al que se accedía con una escalera lo que la convertía prácticamente en inexpugnable. Con humo de día y fogatas de noche, la Atalaya de Deifontes se comunicaba con las torres del Chaparral de Cartuja y de Albolote.
En 2006 sufrió una profunda restauración acondicionándola con un mirador que te ofrece unas vistas impresionantes que se escapan a cualquier definición.
Para llegar a este monumento nazarí hay dos caminos por pista de tierra igual de interesantes. Uno, desde Cogollos Vega o bien desde Deifontes con dirección a Sierra de Arana. Además se puede acceder con una infinidad de carriles que circundan entre olivos y chaparros y que conectan con ambas pistas.
Hoy, a golpe de pedal, he preferido tomar la ruta desde el embalse del Cubillas y la estación de Calicasas para llegar, unos cuantos km de subida después, a conectar con la pista que viene de Cogollos.
Dicen que el dinero no puede comprar la felicidad pero da para comprar una bicicleta; y nadie va triste encima de una bici (por muy hecho polvo que vayas).
En Colomera (Granada), lugar de nacimiento del protagonista de hoy
Pues en eso que estaba yo encima de la flaca y rondando las inmediaciones de Colomera (Granada) cuando a la mente me viene la conexión que hay entre este pueblo y el de Andújar (Jaen).
La historia no es otra que la de un pastor, de nombre Juan Alonso de Rivas y natural de Colomera, que halló en las inmediaciones de Andújar una imagen-busto de María. Esta imagen quizás anteriormente fuese abandonada por la Orden de Calatrava en el fortín del rio Jándula, afluente del Guadalquivir que discurre próximo al cerro y cuya posesión se alternaron árabes y cristianos.
Leyenda aparición Virgen de la Cabeza
Según relata la tradición un pastor de Colomera, llamado Juan Alonso De Rivas pastaba sus ovejas en Sierra Morena cerca de la cumbre del Cabezo. Estaba aquel pastor entrado en años y sufría de una parálisis del brazo izquierdo. Llamaron su atención unas luces y el tañer de una campana en lo alto del cerro del Cabezo, La noche del 11 al 12 de agosto, la curiosidad le hizo acercarse a aquel sonido de campana y para su sorpresa en el hueco formado por dos grandes bloques de granito se hallaba una imagen pequeña de la Virgen de la Cabeza. Ante aquella visión el pastor se arrodilló. La santísima virgen le expresó su deseo de que le construyeran un Santuario en aquel lugar, enviándolo a la ciudad para que transmitieran el mensaje, mas el pobre pastor pensó que el pueblo no le creería por lo que le sana el brazo que tenía impedido, no aclarando la leyenda sí era manco o simplemente tenía una falta de movilidad en una de las dos extremidades superiores.
¿Por qué se llama Virgen de la Cabeza?
Como la mayoría de las vírgenes toman sus nombres de los lugares donde aparecen. Todos los historiadores desde el “Fuero de Andújar”, hasta la última documentación que es la entrega 1930 a los Trinitarios del Santuario de la Virgen de la Cabeza, describen que le entregaron el Santuario del Cerro de la Cabeza. Por tanto, la Virgen se llama de la Cabeza porque se apareció en el Cerro de la Cabeza, Cabeza que es como llamaban al cerro. Por lo tanto no se debería decir Cerro del Cabezo ya que este término es erróneo aunque muy usado.
Y heme yo aquí a lomos de mi inseparable «flaca» cual hidalgo caballero de la triste figura errando por estas tierras de nuestra Andalucía, primero en el pueblo que lo vió nacer, Colomera, y después, en el pueblo que lo inmortalizó, Andújar.
En el Santuario de la Virgen de la Cabeza (Andújar)
Ya ha amanecido. La vieja estación, antes de realizar su trabajo, mira a su izquierda. A lo lejos, la montaña, Sierra Nevada, que luce más nevada que nunca en una mañana fría de invierno en la que el sol, por fin ha ganado la partida a la niebla y luce sus mejores galas. Con actitud gentil, la estación se dispone a acoger a los pasajeros, los protege del frio y sin que ellos sospechen nada, juega a escuchar sus secretos. Por ella han pasado varias generaciones, ha visto a padres con sus hijos recién nacidos y a éstos de adultos. Ha derramado lágrimas de dolor cuando las familias iban a la ciudad a reconocer a sus familiares muertos o lágrimas de alegría cuando se anunciaba algún nacimiento.
Dicen que le queda poco tiempo de vida. Ha oído decir que no encaja en el nuevo sistema ferroviario que ha convertido la esencia de un viaje en un mero trámite de tiempo pero una madre acompañada de su hijo hace que olvide su cercano final y sonría unos breves segundos contagiada por las risas del pequeño.
¡Allá va! El viejo y añorado tren que también pronto será sustituido por otro más rápido y moderno, pero a diferencia de la estación, será mostrado en algún museo del ferrocarril y sin embargo, de ella, nadie se acordará. Siente algo entre sus viejos muros que le anuncia que el final está llegando, demasiado movimiento de gente extraña. La tristeza a veces se ve superada por la rabia de no poder hacer nada, de no poder intervenir en su destino. Cuando ella caiga, la historia de todos los que por allí han pasado, caerá también.
Un camión se acerca. Es la hora. Los hombres entran y comienzan a desmontar los viejos bancos de madera, la máquina expendedora de billetes, el despacho del jefe de estación. Prisas, todo son prisas para terminar con ella, ni tan solo pueden esperar unos días más. Se siente vacía, le han arrancado una parte de su ser inerte y en silencio se resigna. El día lleno de sol que la ha acompañado también se entristece por su final y comienza a llover. Sus paredes se mojan y cubren las lágrimas que no ha dejado de derramar en todo el día. Entretanto los pasajeros llegan y se van, algunos la miran con nostalgia, mañana ya no vendrán. Otros se muestran indiferentes, para ellos la estación no es más que la imagen que cada mañana les recuerda al tedio de sus obligaciones, el paso previo al trabajo, a la rutina. Los hombres del camión continúan con rapidez su labor, debían haber llegado antes y tienen ganas de finalizar su jornada. Los bancos caen al suelo, arrastran con un ruido insoportable la máquina de los billetes. Sólo parecen sobrevivir los fluorescentes que cuelgan del agrietado techo y tampoco les debe quedar mucho tiempo más.
Empieza a anochecer, apenas hay gente, el último tren ya ha pasado apenas sin detenerse. La noche acompaña a la lluvia y cada vez es más difícil para la estación poder ver Sierra Nevada. ¿Tampoco dejarán que se despida de ella?
La oscuridad es total, las nubes y la niebla ya no le dejan ver a apenas unos metros. Los fluorescentes también se apagan, el jefe de estación pasea, es el único que va a despedirse, apoya su mano en una de las húmedas paredes y la mira, también mira a las vías. Le hace compañía unos minutos, antes de marcharse.
Ya todo es silencio, ahora sólo toca esperar. Pasa la noche suplicando poder ver un nuevo amanecer, poder ver una vez más a su amiga la montaña, pero la fría noche no le da respuesta alguna, no quiere hablar con ella. El nuevo día llega con una lentitud insoportable, cualquier ruido le hace temer la llegada del final. Toda la noche ha llovido pero sale el sol. Él también quiere decirle adiós. Su luz brillante se deja ver lenta y la estación siente un enorme alivio.
Parece un día normal pero los pasajeros han desaparecido, ya no volverán a pisarla ni podrán sentarse en los bancos, ya arrancados.
Las paredes de la estación tiemblan de miedo y de dolor al ver como el silencio se coloca frente a ella. La soledad la acompaña como una pesada losa y la espera a que se ejecute su condena se hace eterna. Su vieja puerta, ya de un azul mortecino, se ha cerrado para siempre. La estación yace herida de muerte, sin poder ver nunca más a los niños, ni a sus padres, ni a sus abuelos. El cielo se cubre como la noche pasada y la lluvia aparece de nuevo en forma de tormenta, que se queja gritando enfurecida con sus truenos y la vieja amiga, la montaña, consigue resistirse para ver, por última vez, a su estación antes de verla convertida en ruinas.
CUANDO ERA MÁS JOVEN (Joaquín Sabina)
Cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el norte Y dormí con chicas que lo hacían con hombres por primera vez Compraba salchichas y olvidaba luego pagar el importe
Cuando era más joven me he visto esposado delante del juez Cuando era más joven cambiaba de nombre en cada aduana Cambiaba de casa, cambiaba de oficio, cambiaba de amor Mañana era nunca y nunca llegaba pasado mañana Cuando era más joven buscaba el placer engañando al dolor Dormía de un tirón cada vez que encontraba una cama Había días que tocaba comer, había noches que no Fumaba de gorra y sacaba la lengua a las damas Que andaban del brazo de un tipo que nunca era yo
Pasaron los años, terminé la mili, me metí en un piso Hice algunos discos, senté la cabeza, me instalé en Madrid Tuve dos mujeres, pero quise más a la que más me quiso Una vez le dije: «¿Te vienes conmigo?» Y contestó que sí Hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte Pero algunas veces pierdo el apetito y no puedo dormir Y sueño que viajo en uno de esos trenes que iban hacia el norte Cuando era más joven la vida era dura, distinta y feliz
Dormía de un tirón cada vez que encontraba una cama Había días que tocaba comer, había noches que no Fumaba de gorra y sacaba la lengua a las damas Que andaban del brazo de un tipo que nunca era yo