LO QUE ENCIERRAN LOS MUROS

Casa anónima en el Barrio La Paz (Fuente Vaqueros), en pleno corazón de la vega lorquiana

Una vez que se ha ido el duelo, Bernarda se dirige, amenazante y altiva, a sus hijas en presencia de su fiel ama de llaves, la Poncia.
«En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas»(1).

Suena un disparo. Entra Bernarda: “Atrévete a buscarlo ahora”. “Se acabó Pepe el Romano”, sentencia Martirio. Adela sale corriendo. En realidad no lo ha matado, salió huyendo. Pero lo han dicho como escarmiento. Se oye un golpe. Adela se ha encerrado. La Poncia trata de abrir la puerta y Bernarda le ordena abrir. Finalmente, La Poncia logra entrar de un empujón, y sale gritando. Adela se ha ahorcado. Las hermanas se echan hacia atrás, Bernarda da un grito y avanza: “¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dira nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas.”. “Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! ¡A callar he dicho! Las lágrimas cuando estés sola… Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!(2)”.

(1)Pasaje del primer Acto y (2)Desenlace final de la obra cumbre de Federico García Lorca, La Casa de Bernarda Alba.