
En épocas de crudo invierno, cuando en la naturaleza todo parece dormitar, quizás no se aprecie pero en el subsuelo, a pocos centímetros de la superficie, se está gestando una actividad frenética. La vida, siguiendo con su periodo cíclico, comienza a rearmarse y en breves semanas tendremos la explosión de color más bella jamás vista por el ojo humano ofrecida por una naturaleza insaciable que, como cada año, elije al Valle del Jerte(1) para engalanar la primavera con más de un millón y medio de cerezos en flor.
Tras los días de floración, los cerezos ya han atraído, no solo la mirada del viajero entusiasta sino lo que es más importante para ellos, la visita y el trabajo de las abejas y otros polinizadores que hacen la silenciosa labor que determina la calidad del fruto.
Una vez que los cerezos son polinizados, las flores ya no son necesarias y sus blancos pétalos caen en una continua lluvia que se extiende cual manto nevado a lo largo y ancho de todo el valle.
Sin duda alguna, el despertar del valle es un espectáculo sin precedentes para los cinco sentidos.
(1)Entre las estribaciones occidentales de la Sierra de Gredos y la ciudad de Plasencia se encuentra la comarca serrana de «El Valle del Jerte», por la cual discurre el río Jerte, afluente del río Alagón, tributario a su vez del Tajo.
El nombre que procede del árabe Xerit, puede significar angosto o cristalino, siendo el río Jerte ambas cosas a la vez. Nacido a unos 1800 metros de altitud, en los altos de Tornavacas, desde donde se divisa el valle en panorámica, pasa por las localidades de Tornavacas, Jerte, Cabezuela y Navaconcejo hasta llegar a Plasencia, 50 kilómetros después. En su breve trayecto recoge las aguas de arroyos, gargantas y fuentes que convierten este pequeño gran valle cacereño en un jardín botánico.
El Valle del Jerte nos invita en cada instante a descubrir las sorpresas del paisaje: el salto de la trucha que remonta la corriente, la seta jugosa que esconde el robledal, el postrer destello púrpura que arranca el sol a los neveros, vagar por umbrosos senderos que serpentean la montaña, mojar el cuerpo en las chorreras espumosas de cualquier garganta.





































