En la Antigua Grecia, el membrillo era un fruto muy valorado y se asociaba a la diosa Afrodita, símbolo de amor y fecundidad. Se cuenta que era costumbre que los recién casados comieran membrillo la noche de bodas para asegurar su amor eterno.
Hoy en día, este dulce manjar, capricho de «diosas», se ha visto relegado a unas meras recetas otoñales. Pero su riqueza cromática con su espectacular color amarillo como elemento dominante sigue motivando a románticos de la pintura, sabios conocedores de su belleza, que ven en él una fuente de inspiración.
Aunque no lo parezca millones de células trabajan día a día, como grandes guerreras, en el arduo y laborioso proceso de la sanación. Sanar es fundamental. No es una opción, es una necesidad. Así que no estorbes.
El mar es un espectáculo de contrastes y belleza única. Cuando el frío se apodera de la costa, el océano se transforma en un escenario que combina la fuerza y la serenidad en una danza hipnotizante.
La primera impresión que nos ofrece el mar cuando se tiñe de grises profundos y azules oscuros con nubes que amenazan lluvia es su aparente ferocidad. Las olas, impulsadas por vientos fríos y poderosos, se alzan imponentes mientras su rugido resuena en el aire levantándose con furia y rompiendo con un estruendo que resuena mientras el viento, afilado como una cuchilla, corta a través del aire sus espumas blanquecinas y espesas que se extienden como sábanas de encaje sobre la superficie haciendo que la sensación de claridad y frescura sea aún más intensa en un ambiente que revitaliza los sentidos.
A pesar de la aparente hostilidad, su poder y majestuosidad nos recuerdan la fuerza indomable de la naturaleza, mientras que su serenidad y belleza nos brindan momentos de contemplación y paz. El mar es un recordatorio de que, incluso en las estaciones más desafiantes, la naturaleza sigue siendo una fuente inagotable de inspiración y admiración.
Sin embargo, a pesar de su aparente ferocidad, el mar también nos muestra su lado más sereno y contemplativo en el momento que las aguas adquieren tonos profundos de azul y verde oscuro, y las olas, como dirigidas por un compás, se mecen suavemente en la penumbra. La brisa fría y salada acaricia nuestro rostro cuando observamos el horizonte. Mientras, el aire fresco llena nuestros pulmones infundiéndonos una sensación de renovación y tranquilidad.
¿Te has dejado mecer alguna vez? Esa sensación es buena. Es la sensación de saber que fluyes como la naturaleza lo hace. Somos tan naturaleza como los árboles y el viento. Lo único que ocurre es que se nos olvidó hace muchos años en medio de tanto asfalto.
Cuando dejas que el viento juegue contigo y te ofreces a su merced eres consciente de las cosas que experimentan tus sentidos… los sonidos, los olores y sabores, tu piel… es como ese silencio de tu voz que percibe estar acogiendo algo en su interior que te trasciende a ti mismo, sentir tu respiración, tus músculos, los latidos del corazón, tu cuerpo en contacto con el espacio y la materia, como algo que te reconforta y te completa.
Esa voz interior puede seguir diciéndote: déjate llevar por el viento hasta algún lugar nuevo; déjate sorprender y vive aventuras que llenen cada poro de tu piel y cada instante de tu tiempo…
Dejarse mecer por el viento es abandonarse, es relajarse para que todo fluya.
«LA MUCHACHA QUE DEJABA QUE EL VIENTO JUGARA CON SU BUFANDA AZUL» pertenece a una serie de dibujos enmarcados dentro de un proyecto denominado «Trazos de Mujer».
Un antropólogo intentó probar un juego con unos niños de una tribu africana …colocó una canasta llena de frutas deliciosas junto al tronco de un árbol, y les dijo:
– El primer niño que llegue al árbol y toque la canasta, se ganará toda la fruta.
Cuando el antropólogo les dio la señal de inicio, y pensó que iban a correr para ganarse la fruta, se sorprendió de que comenzaran a caminar todos juntos, tomados de las manos, hasta que llegaron al árbol. Juntos tocaron la canasta, y compartieron la fruta. Él les preguntó que por qué hacían eso, si cada uno de ellos podría haber conseguido la canasta de fruta solo para ellos o para repartirla con sus familias.
Los niños respondieron todos juntos y a una sola voz:
– UBUNTU.
El antropólogo intrigado comenzó a indagar entre los adultos de la tribu: resulta que «Ubuntu» en el lenguaje de su civilización significa: «yo soy porque todos somos…»
Es decir, según la educación que recibieron de sus padres y abuelos, ¿Cómo puede sólo uno de nosotros ser feliz, mientras todos los demás son miserables?…
Esta tribu «sin educación» conoce el secreto de la cooperación y la solidaridad, que se ha perdido en todas las sociedades que la «trascienden», y que se consideran a sí mismas sociedades «civilizadas».
Texto extraído de la web
Mujer de Ébano (UBUNTU) – Black and white version
MUJER DE ÉBANO pertenece a una serie de dibujos enmarcados dentro de un proyecto denominado «Trazos de Mujer».
Cuando los pensamientos están ansiosos e inquietos, lo mejor es irse de noche a la orilla del mar para mirarlo como se mira a una madre que duerme y cuidar cada respiro hasta aprender a oír ese hálito que parece decir “Ábrete a las cosas y sueña”. Entonces el mar los ahoga y los manda lejos con sus grandes sonidos anchos, los purifica con su ruido e impone un ritmo sobre todo lo que en nosotros es desorientado y confundido porque el mar es nuestro confidente, un amigo que absorbe todo lo que le cuentan sin revelar jamás el secreto confiado y que da el mejor de los consejos. Si el ruido del mar supera el de los pensamientos, estarás en el mejor lugar. Está dotado de un poder tal sobre nuestro ánimo que puede llegar a hipnotizar; como, en general, puede hacerlo la naturaleza con sus tres sonidos elementales: el sonido de la lluvia, el sonido del viento en un bosque primitivo y el sonido del océano en una playa. .
En el mar la vida es diferente. No está hecha de horas, sino de momentos. Se vive según las corrientes, las mareas, siguiendo el sol, la luna. Por eso, de pie delante del mar, maravillado de la propia maravilla, nos abrimos a los regalos del aire, y los colores y las formas y las vibraciones nos entran y salen del pecho con la misma facilidad con la que atraviesan una ventana. Tanto que no se sabe dónde empieza el final del mar. O más aún: ¿a qué nos referimos cuando decimos mar? ¿Nos referimos al inmenso monstruo capaz de devorar cualquier cosa o a esa ola que espuma en torno a nuestros pies? ¿Al agua que te cabe en el cuenco de la mano o al abismo que nadie puede ver? ¿Lo decimos todo con una sola palabra o con una sola palabra lo ocultamos todo?
Estoy aquí, a un paso del mar, y ni siquiera soy capaz de comprender dónde está el mar.
LA CANCIÓN DE LA NOCHE EN EL MAR (Rubén Darío)
¿Qué barco viene allá? ¿Es un farol o una estrella? ¿Qué barco viene allá? Es una linterna tan bella ¡y no se sabe adónde va!
¡Es Venus, es Venus la bella! ¿Es un alma o es una estrella? ¿Qué barco viene allá? Es una linterna tan bella… ¡y no se sabe adónde va!
¡Es Venus, es Venus, es Ella! Es un fanal y es una estrella que nos indica el más allá, y que el Amor sublime sella, y es tan misteriosa y tan bella, que ni en la noche deja la huella ¡y no se sabe adónde va!
Las personas estamos hechas de recuerdos que tienen la capacidad de transformarnos. Llegan a nosotros como aromas y sonidos que recrean instantes evocadores capaces de llevarnos a los más remotos parajes de la niñez.
Nuestra mente, ágil y, cuando quiere, soñadora, se escapa de manera constante a ese baúl en el que se almacenan tantas historias, tantos olores a recuerdos felices y que, aún teniendo más edad, recordamos con especial celo esas pequeñas cosas ya desaparecidas que nos hacen regresar a nuestra infancia, esa infancia feliz en la que dormías en un colchón donde saltaban los sueños y, para no molestar, daban tregua los miedos haciendo que nuestro potencial siguiese creciendo con optimismo y fortaleza.
Los verdes, casi desaparecidos, brotan con fuerza en primavera y las plantas comienzan a lanzar su paleta de colores para transformar en una sinfonía cromática a un paisaje que parecía apagado en tonos marrones.
Ahora entre olivares y zonas de cultivo el amarillo de los jaramagos coge con inusitada valentía las riendas del protagonismo y ocupan grandes extensiones de terreno formando en algunas zonas una alfombra sobre el suelo. Las aves se muestran alegres con su jolgorio y diversos cantos acompañan el paseo por los caminos en los que también las flores brotan. Incluso en algunas zonas de algún anónimo olivar aparece una enorme presencia de margaritas.
Nosotros también formamos parte de la tierra, como en un círculo simbiótico. Por eso, la primavera es una buena oportunidad para sacar nuestra luz, contagiarnos por el entorno y despertar nuestros colores tal cual lo hace la naturaleza.
A medida que te vas acercando tranquilamente a ÁCULA vas descubriendo las maravillas de una población callada, laboriosa y algo misteriosa. El sagaz visitante puede percatarse de que topa con un lugar muy especial, más allá del tiempo, del espacio y de la historia y por unos momentos puede reproducir un rincón extraído de un cuadro del pintor neerlandés Piet Mondrian, colmado de verdes y ocres por los campos de cereal y toda clase de plantas aromáticas.
De entrada, lo que me llamó la atención es el nombre de la comarca: El Temple. Eso, y con mi pertinaz e insaciable sed de curiosidad, me inmiscuyo dentro de los archivos más directos que tenemos a mano y lo primero que me encuentro hace referencia a una tumba de un caballero templario, muy cerca de Ácula, en lo que hoy es conocido como La Malahá.
¿Cómo podía encontrarse una tumba de un caballero templario en aquel escenario tan lejano para el mundo cristiano de la España de los siglos XII, XIII y XIV?
Posteriormente, tras un “garbeo por la red”, mis pesquisas me llevaron hasta una novela histórica: “La confesión: El médico templario” de Jesús Ávila Granados(1), en donde puedo ver que la Granada nazarí concedió a los templarios un espacio geográfico que se llamaría “El Temple”, probablemente gracias a la ayuda que estos brindaron a los nazaríes en la victoria sobre los infantes de Castilla en la batalla de Sierra Elvira, un hecho que tuvo lugar el 25 de junio de 1319 en los alrededores de Pinos Puente.
(1)Jesús Ávila Granados, autor de «La Confesión: El médico templario», es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona. Colaborador asiduo de varias revistas, es también un conferenciante frecuente. Es miembro de varias entidades culturales de diversa índole. Es autor de numerosísimos ensayos sobre temas antropológicos, históricos, artísticos, gastronómicos y enológicos, y especialista en temas esotéricos. Ha recibido numerosos premios.
Considero que nada sucede por casualidad. En el fondo, las cosas tienen un plan, aunque nosotros no lo entendamos. Se supone que vamos siempre hacia adelante, pero muchas veces nos empeñamos en intentar conseguir justo lo contrario. Parece como si quisiéramos ir al revés y vivir hacia atrás. Bueno, escribo desde la obsesión que tenemos de recordar y volver a recordar el pasado hasta acabar idealizándolo, para bien o para mal. Y es que lo idealizamos tantas veces que acabamos arruinando el presente con preocupaciones, sueños muertos y arrepentimientos. Ese lugar donde fuiste feliz ya no se parece al que tenemos guardado en nuestra mente. El éxito está en dejar al pasado, al recuerdo, en su lugar, respetándolo, viéndolo, pero no regresando. Que el tiempo se encargue de él.
Si me preguntan, ¿regresarías al lugar donde alguna vez fuiste feliz? Mentiría si dijera que no. Quizás por eso, le doy la razón al maestro Sabina.
Hay canciones que tienen una melodía especial que las hace únicas, hay canciones que tienen una letra tan lograda que cualquier verso tiene sentido por sí solo, hay canciones que al ser interpretadas por distintas voces renacen, incluso hay canciones que nacen como un regalo. Y luego está, si acaso, “Peces de ciudad”, que cumple con todos estos requisitos además de ir trasladándonos a los parajes que va describiendo.
En «Peces de ciudad», según la versión que escuchemos, se cita Comala (Sabina) y Macondo (Ana Belén). Ambos pueblos tienen dos semejanzas esenciales: 1) El cerrarse al tiempo, el rencor y la soledad. 2) Sus apariciones y presencias. Tanto Comala como Macondo son pueblos negados a trascender más allá del tiempo de las novelas.
¿Que a qué viene esto? Pues a que es muy tarde. Tanto que, más que tarde ya es temprano, que las musas, egoistas ellas, amenazan con pirarse y que fuera hace frio y está lloviendo.
PECES DE CIUDAD (Joaquin Sabina)(1)
Se peinaba a lo garçon La viajera que quiso enseñarme a besar En la gare d’Austerlitz
Primavera de un amor Amarillo y frugal como el sol Del veranillo de San Martín
Hay quien dice que fui yo El primero en olvidar Cuando en un si bemol de Jacques Brel Conocí a mademoiselle Amsterdam
En la fatua Nueva York Da más sombra que los limoneros La estatua de la libertad Pero en Desolation Row Las sirenas de los petroleros No dejan reír ni volar
Y, en el coro de Babel Desafina un español No hay más ley que la ley del tesoro En las minas del rey Salomón
Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel Por mis sueños va, ligero de equipaje Sobre un cascarón de nuez, mi corazón de viaje Luciendo los tatuajes de un pasado bucanero De un velero al abordaje de un, de un no te quiero querer
Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar Al país donde los sabios se retiran Del agravio de buscar labios que sacan de quicio
Mentiras que ganan juicios tan sumarios que envilecen El cristal de los acuarios de los peces de ciudad Que mordieron el anzuelo, que bucean a ras del suelo Que no merecen nadar
El Dorado era un champú La virtud, unos brazos en cruz El pecado, una página web En Comala comprendí Que al lugar donde has sido feliz No debieras tratar de volver
Cuando en vuelo regular Pisé el cielo de Madrid Me esperaba una recién casada Que no se acordaba de mí
Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel Por mis venas va, ligero de equipaje Sobre un cascarón de nuez, mi corazón de viaje Luciendo los tatuajes de un pasado bucanero De un velero al abordaje, de un, de un liguero de mujer
Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar Al país donde los sabios se retiran Del agravio de buscar labios que sacan de quicio
Mentiras que ganan juicios tan sumarios que envilecen El cristal de los acuarios de, de los peces de ciudad Que perdieron las agallas en un banco de morralla En una playa sin mar
(1) Joaquín Sabina, autor de Peces de Ciudad, regaló la versión original de la canción a Ana Belén, que la interpreta magistralmente. No es la primera vez que esto ocurre. También hizo lo propio con «A la sombra de un león» allá por 1988. Peces de Ciudad, fue también interpretada en acústico (solo con guitarrapor Rozalén, ) en un homenaje que se le hizo a Ana Belén dejando atónitos a propios y extraños.
DE COMO HAY LUGARES A LOS QUE NO HAY QUE TRATAR DE VOLVER (black and white version)
Vine al pie de tu vieja ventana, aquella que otrora mostraba con gallarda lozanía los campos desnudos y abandonados con las nubes vestidas de blanco y que tú mirabas como un niño, ya anciano. Mientras, hoy, en la espera del tiempo con tus ojos huraños, se vuelca hacía el olvido.
Granada, que ya en sí es un monumento, es, además, una fuente inagotable de inspiración paisajística. Cuando la Alhambra nos lo permite, basta con posar la mirada en las vistas que rodean al monumento nazarí, para advertir el Sacromonte, una zona mágica donde podemos detenernos en más de mil y un detalles y rincones para deleitarnos en un lugar de retiro para quienes quieren contemplar vistas diferentes de la ciudad.
Y es que el Sacromonte, antes de conocerlo como es en la actualidad, era una ladera en la que había multitud de olivos. Tanto es así que su nombre era Valparaíso. Lo de Sacromonte vino después de la mano, como no podía ser de otra manera, de una enigmática leyenda:
“Dice la cultura popular granadina que tras la entrada de los Reyes Católicos en Granada y la expulsión de los moriscos varios años después con Carlos I ya en la corona, muchos de los que se marcharon, lo hicieron con la pena de dejar la tierra de sus antepasados y el lugar en el que habían nacido. Por ello, con la intención de que ellos o sus descendientes, regresaran algún día, escondieron buena parte de sus pertenencias, incluidos grandes tesoros en joyas, en la ladera de Valparaíso. Pues no solo querían dejar parte de sí mismos en Granada sino evitar a toda costa que les robasen sus alhajas.
Fue así como se corrió la voz de que ese monte estaba repleto de tesoros árabes por desentrañar. Así que se pusieron manos a la obra a excavar en la montaña sin encontrar nada pero dando lugar a las famosas cuevas donde hoy habitan muchos de los vecinos. Pese a resultar totalmente inútil el esfuerzo, quedó perenne que ese monte era sagrado por lo que en teoría se escondía en él”.
De ahí que la zona pasase a ser conocida, según la leyenda, como el “monte sagrado”. La misma que explica que por el uso habitual, pasó a decirse Sacromonte.
Y desde su altura, como vigía que todo lo custodia sin descanso, está la Abadía del Sacromonte que nos ofrece una de las más espectaculares vistas, tanto de la Alhambra como de Granada.
DE COMO VALPARAISO PASÓ A LLAMARSE SACROMONTE (Black and white version)
En épocas de crudo invierno, cuando en la naturaleza todo parece dormitar, quizás no se aprecie pero en el subsuelo, a pocos centímetros de la superficie, se está gestando una actividad frenética. La vida, siguiendo con su periodo cíclico, comienza a rearmarse y en breves semanas tendremos la explosión de color más bella jamás vista por el ojo humano ofrecida por una naturaleza insaciable que, como cada año, elije al Valle del Jerte(1) para engalanar la primavera con más de un millón y medio de cerezos en flor.
Tras los días de floración, los cerezos ya han atraído, no solo la mirada del viajero entusiasta sino lo que es más importante para ellos, la visita y el trabajo de las abejas y otros polinizadores que hacen la silenciosa labor que determina la calidad del fruto. Una vez que los cerezos son polinizados, las flores ya no son necesarias y sus blancos pétalos caen en una continua lluvia que se extiende cual manto nevado a lo largo y ancho de todo el valle.
Sin duda alguna, el despertar del valle es un espectáculo sin precedentes para los cinco sentidos.
(1)Entre las estribaciones occidentales de la Sierra de Gredos y la ciudad de Plasencia se encuentra la comarca serrana de «El Valle del Jerte», por la cual discurre el río Jerte, afluente del río Alagón, tributario a su vez del Tajo.
El nombre que procede del árabe Xerit, puede significar angosto o cristalino, siendo el río Jerte ambas cosas a la vez. Nacido a unos 1800 metros de altitud, en los altos de Tornavacas, desde donde se divisa el valle en panorámica, pasa por las localidades de Tornavacas, Jerte, Cabezuela y Navaconcejo hasta llegar a Plasencia, 50 kilómetros después. En su breve trayecto recoge las aguas de arroyos, gargantas y fuentes que convierten este pequeño gran valle cacereño en un jardín botánico.
El Valle del Jerte nos invita en cada instante a descubrir las sorpresas del paisaje: el salto de la trucha que remonta la corriente, la seta jugosa que esconde el robledal, el postrer destello púrpura que arranca el sol a los neveros, vagar por umbrosos senderos que serpentean la montaña, mojar el cuerpo en las chorreras espumosas de cualquier garganta.
Joaquín Ramón Martínez Sabina, Joaquín Sabina para los amigos, es el más notorio ejemplo de personaje flaco, ateo, escéptico, irónico, tímido, provocador, exultante, ciclotímico, calavera, tramposo, crápula, entrañable, realista y soñador que se resiste a envejecer, de salvaje ilustrado que se niega en redondo a civilizarse.
En mi descargo he de decir, señor juez, que pocas cosas unen más que el haber crecido con la complicidad de sus canciones. Y no tengo nada más que añadir, señoría.
PONGAMOS QUE HABLO DE JOAQUÍN (Luís Eduardo Aute) Degenerado y mujeriego con cierto aire de faquir, anda arrastrando su esqueleto por las entrañas de Madrid.
Aunque andaluz de fin de siglo, universal, quiero decir, no sé qué tiene de rabino cuando lo miro de perfil.
Amigo de causas perdidas desde aquel mayo de París, no tiene más filosofía que el «vive a tope hasta morir».
Medio profeta, medio quinqui, el lumpen es su pedigrí. Un tinto y una buena titi le bastan para resistir.
Tirando a zurdo en sus ideas por donde Escora Bakunín dice que abajo las banderas y arriba la lluvia de abril.
El perdedor es su universo aunque pretende ser feliz. Y aún hay quien dice que está cuerdo, pongamos que hablo de Joaquín
Sierra Nevada es un espectáculo que puede admirarse desde mil y un rincones de la provincia de Granada, pero que la capital, más allá de las torres de la Alhambra, posee un lugar llamado el Cerro del Sol en el que se muestra en toda su plenitud, donde se puede contemplar como la luz del crepúsculo se resiste a abandonar Granada.
Cuenta la leyenda que desde ese punto fue donde el penúltimo rey de Granada, Muley-Hacen (Abu al-Hasan), una vez destronado por su hijo Boabdil y quizás maravillado por su inmensa belleza, albergó el sueño de ser enterrado en sus cumbres y convertir el punto más alto de Sierra Nevada en su última morada.
Y es que el Cerro del Sol es esa atalaya donde puedes divisar como el sol proyecta, cada tarde, sus rayos de luz provenientes del ocaso trazando un camino que asciende desde la Vega de Granada hasta alcanzar, en Sierra Nevada, el lugar más alto donde imprimir en rojo la llegada de la noche. La imagen de esta montaña ha sido siempre el centro de atención y una referencia clara para quienes, desde hace milenios, habitaron las tierras situadas bajo sus faldas. Todos ellos sintieron la misma fascinación al percibir cuando la luz invade las cumbres, y coincidieron en incluir al astro rey en su particular forma de nombrarla. Fue Solarius para los romanos y Sulayr para los árabes, dos nombres con el sol como esencia básica de un enclave mágico por naturaleza.