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Un día, pongamos que un poco antes de esa época en la que la cara se te llena de granos, mi padre, muy poco dado a la dádivas y sin venir a cuento, me compró una bici de carreras y mi madre, muy dada a los sueños, un estuche con infinidad de lápices de colores.

Años después, bastantes años después, en esa época en la que te llega la curva de la felicidad, cuando al corazón no le quedó más remedio que le «marcasen el paso», llegó, con vitola de tardía, la afición por los «alpargatazos» motivando que el senderismo y el amor por la naturaleza, junto con la pintura y el ciclismo, se conviertan en algo más que un estilo de vida.

El resto, es pura intrascendencia.