EL RELOJ DE PIEDRA

La montaña es como un reloj antiguo cuyo mecanismo es la propia naturaleza en la que cada piedra, cada árbol, cada brizna de hierba es una manecilla que marca el inexorable  paso del tiempo.

Aquí arriba, en la montaña, cada momento, cada instante, es más pausado, como más lento, donde el devenir de los siglos modifica pacientemente el paisaje creando senderos escoltados por todo tipo de vegetación que serpentea entre rocas, algunas de colosal tamaño, donde cualquier rincón es un espacio donde la vida sigue abriéndose camino.

El silencio, el otro gran aliado que impera en las alturas, llega a ser tan profundo que te permite escuchar el latido de tu corazón. A veces contrasta con el bullicio desenfadado que se produce bajo tus pies, donde el rugir del agua de un riachuelo abriéndose camino entre piedras se mezcla con el mecer de las ramas y con el cantar de algún que otro pajarillo.

Mientras, el sol, con una luz tenue, sin duda enfriada por un tácito pacto firmado en una improvisada transición entre el otoño reinante con el venidero invierno marca el paso de las horas pintando de rosos cálidos las cumbres y proyectando sombras danzantes que bailan al son del viento sobre las copas doradas de esos testigos silenciosos que son los árboles.

Es, sin duda, un placer para los sentidos.

6 comentarios sobre “EL RELOJ DE PIEDRA

  1. También es un placer para los sentidos leer tan hermoso relato, con tan magnífica música de fondo (como anillo al dedo) sol falta el placer de que lo relatases…

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  2. El silencio que nos permite oír los mil sonidos con los que la naturaleza nos regala; que nos ayuda a relativizar los problemas rutinario que nos acosan diariamente.

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  3. El silencio que nos permite escuchar los mil sonidos con los que nos la naturaleza nos regala. El silencio que nos ayuda a relativizar los problemas rutinarios que nos agobian cada día.
    El silencio más sonoro y musical.

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